miércoles, 18 de enero de 2012

COSTUMBRES


Yo nunca puedo pensar nada ni decir nada tras pasados

unos buenos diez minutos desde el primer café de la mañana.

A partir de ese momento empieza la vida.



Una ducha rápida termina de despejarme y seguidamente me visto, me peino, cojo el bolso, compruebo que no me falte el móvil, el tabaco y el mechero. Las llaves están encima de la mesa, como siempre, las cojo y salgo por la puerta cerrándola con dos vueltas de llave hacia la derecha.

Cómo vivo en un primer piso bajo por las escaleras y sonrío a la mujer que se encarga de limpiar el portal vestida con una bata a rayas grises que le hace parecer más mayor. A esto le ayuda el hecho de llevar el pelo corto y claro, con un mechón anaranjado que le cae sobre la frente y que grita: miradme quiero ser moderna! Pero seguramente cree que un Wi-fi es un postre de nata que se comería a escondidas de su marido.

Ella también me sonríe y me vuelve a preguntar lo mismo que cada mañana: ¿Vas a la facultad no? Y cómo no, le contesto que sí, pero mi mente siempre le dice: Cómo si no lo supieras, bruja metomentodo!

La panadería de enfrente está abierta y la panadera a esa hora está colocando las barras recién hechas en las canastas de mimbre. Como cada día le digo adiós con la mano a lo que ella siempre responde asintiendo con la cabeza.

Ya en el coche, mi mayor deseo es pasar en verde el semáforo

plantado en la esquina de la calle, aunque no lo consigo todas las veces. Al pasar por delante de la parada del autobús veo a los de siempre esperando al número tres. La chica delgada y rubia está absorta en un best seller enorme, que jamás terminará porque debe leerlo solo mientras espera el autobús.

Y allí está otra vez el señor del bastón. ¿A dónde irá siempre tan temprano? Y ¿porqué se acerca siempre tanto a la carretera?









El dueño de la ferretería que hay más adelante llega tarde otra vez y con cara de sueño abre la verja pintada de blanco que hay justo antes de la vieja persiana.



El trayecto hasta la facultad es corto, pero la gran vía está imposible porque una fila de coches avanzan como hormigas hasta que la carretera se divide y entonces parte de ellos se dirigen a Barcelona mientras que el resto podemos continuar, ya más desahogados, por nuestro recto camino. Para amenizar

ese tramo costoso y angosto provisto de líneas amarillas que quedaron tras unas largas obras, sintonizo la emisora de radio 93.9 que a las 8:30h emite Preguntas que todos nos hacemos.



Pero el camino sigue siendo aburrido porque más que una vía parece un recipiente gris en el que han dispuesto cuidadosamente los vehículos uno detrás de otro a modo de ristras de chorizos.



Ahora llega lo bueno. La rotonda que hay inmediatamente después del desvío hacia Barcelona. La atravieso y empiezo a disfrutar de ese paisaje sin el que mis mañanas no tendrían magia alguna.

Pese a que los árboles están a ambos lados de la carretera, yo prefiero fijarme primero en el tercer árbol que queda a mano derecha. Debió encorvarse hace años pero siempre lo he conocido así. Sus hojas no son tan verdes como las de sus compañeros pero para mí siempre ha sido el primero de todos.

Ahora miro a la izquierda porque aquí se intercalan los árboles morados con los verdes y si lo imaginas desde arriba parecen pinceladas de temperas que una mano gigante dejó allí olvidando acabar el cuadro, porque justo después aparece la otra rotonda, la que está al lado del parking.

Hasta aquí el recorrido en coche. Una vez aparcado continuo a pie, en unos veinte metros encontraré la rampa, bajaré por ella y me pararé en el quiosco para comprar chicles y me fumaré un cigarro antes de entrar en la facultad.

Hay algo que me llama la atención al salir del aparcamiento. Esta acera no es la de siempre. Y no puedo ver la rampa que lleva al quiosco. Me acerco a mirar. Nada. Ni rastro de la rampa Mis ojos se entrecierran intentando divisar el quiosco pero solo veo tierra. Ni rastro de la rampa, ni del quiosco. Miro a mi alrededor con la esperanza de preguntarle a alguien qué ha ocurrido aquí. Pero no hay gente. La facultad a desaparecido en un mar de tierra árida. Más allá del aparcamiento no hay nada.

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